lunes, 4 de enero de 2010

15ª entrada, La vulnerabilidad.

UNA VISIÓN ACERCA DE LA LLAMADA VULNERABILIDAD EN EDUCACIÓN
Después de haber leído algunas cosas sobre la vulnerabilidad en educación, quiero hacer una pequeña relfexión mía, sobre este tema se pueden leer muchos artículos, poneís vulnerabilidad en educación en el buscador de internet y salen mil noticias.

En educación, en el ámbito escolar me refiero, hay al menos dos figuras, la del profesor y la del alumno.
El profesor es el principal referente de los alumnos. Del profesor depende en gran medida el clima del aula. En toda situación es su respuesta o su intervención pedagógica la que decide ( a parte de otros factores) si un estudiante se humanizará o se deshumanizará, si un chico violento seguirá violento o se calmará. No es fácil ser profesor, menos aún es ser profesor de alumnos que provienen de familias o un grupo de personas vulnerables, aquellas que acumulan desventajas sociales de origen multicausal, que revelan carencia de elementos esenciales para la subsistencia y el desarrollo personal e insuficiencia de las herramientas necesarias para abandonar situaciones en desventaja, estructurales o coyunturales.
El profesor es quien construye junto a sus alumnos el clima emocional del aprendizaje. De esto se deduce que grandes e importantes responsabilidades tenemos entonces como educadores frente a los más vulnerables: ayudarles a satisfacer sus necesidades esenciales de tipo fisiológico, de seguridad, de protección, de pertenencia, de autoestima, de carencia de valores y buenas actitudes.
Todos somos vulnerables, según el diccionario, en su primera acepción significa ser sensible, frágil, con temores, inseguros, delicados. Luego, se refiere a carencias de naturaleza social, afectiva, cognitiva, actitudinal, de autoestima. También se refiere a personas que provienen principalmente de estratos socioeconómicos bajos y medios.
Los estudiantes estamos soportando situaciones desagradables casi todos los días en el barrio o escuela. Estamos expuestos a agresiones de parte de nuestros iguales, incluso en la Universidad. Para empeorar las cosas, los estudiantes ( como si yo no lo fuera) sienten que los adultos no hacen caso o quitan importancia a dichas manifestaciones de violencia o agresiones, simplemente porque sus instigadores son niños o jóvenes adolescentes. Como si estuviéramos convencidos de que ellos no pueden hacerse daño en la misma medida que un adulto puede hacérselo a otro adulto o a un menor.
Si le restamos importancia a las percepciones y a las emociones de los estudiantes, estamos rechazando su criterio, tenemos que escuchar, haciendo uso de nuestra formación, y saber dar respuestas lo más acertadas posibles. El rechazo a escucharlo es lo menos oportuno cuando el niño o joven acaba de verse rechazado por sus compañeros también.
La intimidación entre compañeros es un mal social y debe corregirse. Normalizar el comportamiento abusivo es, prácticamente, garantizar que continuará. Hay que exigirles a los niños o jóvenes, aunque sean de corta edad, la responsabilidad por estas conductas. Entre otras cosas, para que aprendan que tales comportamientos no son aceptados. Tolerar la violencia le convierte a uno en cómplice de la misma, cuando no en participante directo.

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